martes, 3 de marzo de 2015

Por miedo a equivocarme.

Hacía ya dos semanas que desayunaba sola. Jamás habría pensado que algo tan sencillo como desayunar hiciese tanto daño.
Era algo estúpido, lo sabía. Pero más estúpida había sido ella.

Se levantó del sofá, con el café frío, sin apenas haber aspirado su aroma y se fue directa a la ducha. El agua empeoraba las cosas. De nuevo, algo estúpido. 
Cada vez que se duchaba sentía que sus lagrimas tenían derecho a brotar y a llevarse con ellas la tristeza que la asolaba. Era cuando se duchaba cuando más sucia se sentía.
Por su cabeza pasaban miles de instantáneas cargadas de muchos de los mejores momentos de su vida, como el día en que la metió con el pijama a la ducha. Recordaba sus brazos, su torso, su cuello y su sonrisa, sobre todo, su sonrisa.

¿Cómo había podido dejarle pasar?

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